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Mi nostalgia no te pertenece
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Mi nostalgia no te pertenece

De cómo la Retro Barcelona podría haber sido una ONG para individuos por debajo del estándar de masculinidad permitido.

Mira que no quería empezar con una mala experiencia jugando, pero las ideas han comenzado a brotar en mi cabeza y ¿Quién soy yo para detenerlas?

No voy a mencionar el juego que me ha llevado a esta reflexión, porque no veo necesario ensañarse con éste, además de que es de esos juegos hechos por una sola persona, así que bastante tendrá que soportar trabajando como para ir dejándole yo puñales clavados por la red.

La nostalgia por lo retro no para de darnos dolores de cabeza, dolores de todos los sabores y colores: remakes a disgusto de sus seguidores, especulación con los escasos juegos físicos que aún funcionan, lecturas que culturalmente requieren perdonar demasiado, secuelas décadas después que cambian dinero por dolorosas lágrimas, si no es ya solamente cuando vuelves a ese juego, décadas después, y te das de bruces con la realidad.

En este caso, el autor promociona su juego como “la secuela espiritual” de ese juego que tanto le gustó. Un juego que personalmente desconozco de no más que ver la caja posando en las estanterías de los videoclubs que frecuentaba de pequeño - Sí, yo era pequeño cuando el juego mencionado era la generación en vigor -. Incapaz de relajarme ante las aristas presentes en este juego, aristas que son ya seña de identidad de su autor, porque repite entrega tras entrega desde su primer juego allá por 2011, mi mente ha comenzado a huir de los retos propuestos buscando algo con lo que distraerse y me ha regalado esta idea, una idea que comienza con el vacío que todos los hombres no normativos sentimos en algún momento de nuestras vidas y que, por desgracia, muchos no logran confrontar sanamente jamás.

El vacío viaja con todas las personas, muy adentro, a veces incluso varios vacíos diferentes. Es normal, sin embargo, sentirte incompleto. Uno de los efectos adversos de la sociedad de la adquisición compulsiva, es que la necesidad de adquirir es avivada por proveedores especializados - también llamados agencias de marketing - en alimentar uno o varios de esos vacíos de nuestro interior. El problema no es sentir que nos falta algo, el problema es que ese vacío nos anule hasta comerse nuestro amor propio, hasta hacernos sentir que no somos nada más que aquello que creemos controlar hasta obsesionarnos.

Las mesas de expertos de los eventos están llenas de hombres vacíos. Individuos a los que la vida les ha despojado de motivos parar amarse, de modo que han abrazado un tema con toda la pasión que el capitalismo no ha logrado robarles - o hacerles pagar gustosamente - y que enarbolan como estandartes con el blasón de su amor propio.

En la década de los setenta y ochenta nacieron una multitud de varones cuya masculinidad no cumplía los estándares, luego crecieron tratando de alcanzar una meta que siempre les quedaba grande y, ya de adultos, aprendieron que la maestría en algo podría convalidar las carencias que su género les traía por defecto. Esa maestría, para el caso que me interesa, es la de verte como una suerte de bibliotecario o historiador de videojuegos de tu infancia.

En Barcelona tenemos un evento bastante popular llamado Retro Barcelona, que en los últimos años ha sufrido la ira de doloridos varones como los que antes mencionaba. Estos, que necesitan de validación popular sobre el tema en el que son expertos, sufren patológicamente cuando descubren que la organización del evento, ha decidido que una joven persona de finales de los 90 o incluso de la década de los 2000 - peor aún, una mujer -, va a ocupar espacio en la programación del evento, un espacio que podría ocupar un varón de cuarenta años cuya identidad puede verse gravemente herida si no repite delante de cientos de personas lo que ya ha dicho decenas de veces en eventos anteriores o frente al espejo de su baño. Este último preferentemente, porque nadie se lo puede usurpar.

Yo, que no soy nadie, me pregunto seriamente. ¿Tan difícil es comprender que, nada tiene por aportar que no haya aportado ya este dolorido varón con sus decenas de charlas, si no es que tiene incluso algún libro publicado? ¿Tan difícil es comprender que, cumplidos los cuarenta, hay una o dos generaciones que tienen una experiencia propia y plenamente válida sobre el tema que podría - de hecho logra - despertar más interés en el público?

Qué fortuna que no queda nadie para hablarnos de las cariátides del Erecteion en primera persona, porque entonces nadie podría atreverse a profundizar en la arquitectura de la Grecia retro sin activar las dolientes carencias de algún milenario varón.

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